lunes, 23 de marzo de 2009

HERENCIA











Le oí decir una vez al viajero que, cierto día, cerca del Hoogly, sintió ganas de sentarse, de no caminar más ese día. Quería ver que había más allá de las bocinas de los coches, los tubos de escape humeantes, el polvo que lo inunda todo, quería ver a la gente de Calcuta caminar, mirarles a los ojos, quería ver y ver como miran ellos. Decía el viajero que le gustaba entonces cerrar los ojos y escuchar los sonidos del sitar, del sarod, de la tabla, sonidos antiguos de una herencia perdida en los tiempos remotos, que podía soñar con caminar con los pies desnudos por los arrozales de Bengala, embriagado de los colores que tiene aquí la vida, tocar los las manos, con los labios... besar con los ojos cerrados la vida a la orilla del ganga, al atardecer, cuando el cielo y el cauce sagrado se funden en el mismo gris, en el mismo azul.

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